EL DEMONIO DEL COFRE.
(Parte 1).
Mi padre llevo un regalo nuevo, eso no era
nada del otro mundo, su trabajo le obligaba a viajar por todo el globo y
de cada parte que visitaba un recuerdo nunca le faltaba. Sin embargo, este era
diferente, era como decirlo de alguna manera enigmático, hipnótico; atrajo mi
atención desde el principio. Y no es que no lo haya hecho ningún recuerdo
antes, pero este tenía algo extraño. Era un pequeño cofre de madera, el cual
estaba tallado con finos adornos similares a runas a su alrededor, cubierto con
finos hilos dorados en sus extremos y estaba cerrado por un candado que asemeja
la cara de un hombre con una gran boca abierta de par en par, como si estuviera
emitiendo un grito de terror, sé que sonara raro pero casi que podía escuchar a
ese hombre emanar un pequeño grito como si clamará por ayuda.
Para contarles esta espeluznante historia,
comenzare por el principio. Mi padre, un reconocido biólogo latinoamericano, se
adentró en las selvas colombianas, tuvo que permanecer ahí al menos un mes y
medio, en este tiempo tuvo que convivir con los indígenas de la región,
culturas totalmente alejadas de la civilización, de todo lo que al hombre
moderno no debería faltarle; y mucho menos a un biólogo dedicado a la
investigación. No obstante no había nada que hacer, más que integrarse con esa
nueva cultura y aguantar el tiempo necesario para recoger las muestras de su
proyecto de investigación, el cual la verdad no me interesa saber que es, mis
aspiraciones son diferentes a estar investigando si un sapo aumento de tamaño
por la contaminación, o si una nueva raza de conejos mide tanto como un perro
labrador adulto, o cualquier otra cosa relacionada con ciencia, no soy un
hombre de ciencia, lo mío es la escritura y el dibujo.
Mi padre al convivir con estas
civilizaciones, conoció un nuevo modo de vivir, y es que ni siquiera puedes
enterarte qué pasa en el mundo dónde vives, pues de seguro la modernización no
llegara, o bueno no seamos tan dramáticos, la modernización llegará en algunas
décadas después o tal vez no, quién sabe. Mi padre quiéralo o no tuvo que
aprender a vivir con ellos, bañarse con agua de rio, recolectar leña para prender
el fuego que les permitía preparar sus alimentos, cazar su propia comida,
dormir en pisos rocosos, sintiendo que el calor del lugar los está devorando, o
siendo alimento para las docenas de mosquitos que atacan sin importar tu sexo,
raza o condición social. Pero también adoptó sus creencias, como que la
naturaleza los bendecía o castigaba de acuerdo como ellos obren, si los azotaba
un fuerte vendaval era porque se estaban comportando mal, o si en lo alto se
posaba un radiante sol era porque estaban obrando en paz con la naturaleza,
para resumir un sin fin de creencias absurdas.
Bueno se preguntaran ¿todo esto que tiene
qué ver con el cofre? O ¿por qué les estoy contando esto? La respuesta es muy
sencilla. Un día mi padre presencio un rito de “sanación”, el sacerdote de la tribu
o como lo llamaban allá, El Chamán, realizó un rito para atrapar al “demonio de
la selva”, lo vio llegar en sus sueños. Los niños comenzaron a morir, extraños
padecimientos los estaban enfermando solo a los niños. El Chamán dijo, que
estaban siendo atacados por el “demonio de la selva”, un ser tan vil que se
alimentaba del alma de los niños, se arrastraba por la maleza y a los niños que
miraba solos los asesinaba y después devoraba sus almas. Obviamente toda esta
estupidez tiene una respuesta lógica, era un brote de una enfermedad, una
epidemia o algo así. No obstante, mi papá fue testigo de un ritual extraordinario,
días previos observó al Cacique elaborando este cofre, cuenta que mientras lo
fabricaba no dormía, no comía, permanecía en una especie de trance, tallando la
madera y recitando palabras que seguramente eran su idioma nativo, ya que no
las lograba ubicar en ninguna lengua que el conociera.
Después observó cómo trabajaba el oro, y
finalmente elaboro un candado con excelentes acabados y con toda la dedicación
del caso, tardo cerca de cinco días y al sexto hicieron el ritual. Mi padre
cuenta que extrañamente aquel día oscureció más temprano y un fuerte aguacero
cayó tan inesperado como un infarto. A pesar del inclemente clima, nadie se
movió, todos permanecían en trance, recitando cosas absurdas, y moviéndose de
un lado a otro, alrededor del cofre. Mi papá los observaba desde la protección
de la choza, cuenta que un sueño lo comenzó a dominar, poco a poco fue cayendo
en los brazos de Morfeo, dice que entre sueños mientras se desplomaba, vio una
especie de figura amorfa, entrar en el cofre, el Chamán se apresuró a poner el
candado, el cual adoptó una figura humana de un rostro gritando, luego no
recuerda más.
Cuando despertó, todo había vuelto a la
normalidad, no sabría decir si lo que vio fue sueño o real pero cuando miró el
cofre, el candado si era un rostro desesperado, al parecer un hombre gritando
suspendido en el tiempo. Se enamoró tanto del cofre que pidió al Chaman se lo
obsequie, pero ante la negativa de este, un día lo siguió hasta donde fue a
enterrarlo, mi padre desenterró el cofre y lo trajo de regreso con él. Ese sería
un gran error, error que desafortunadamente tuvimos que pagar mis hermanos
menores Joshua y Fernanda, y por supuesto yo.
Yo soy el hermano mayor, y la verdad no sé
cómo es ser mayor en otras partes del mundo, pero en la mía es ser el
responsable de los pequeños. Mi padre desde pequeño me inculcó ser el protector
de mis hermanos, lo cual era muy difícil: y es que tener un hermano de 8 años
que se la pasa metiéndose en lugares que solo alguien tan pequeño puede
penetrar; y por supuesto su hiperactividad desbordante, me complica la misión
enormemente. Además tener una hermana de 12 años que piensa que todo el mundo
está en su contra y solo es entendida por sus inmaduras amigas, no puede
mejorar la situación. Y finalmente yo con 15 años, un preadolescente tendiendo
que cuidar a unos mocosos que no le hacen ni pisca de caso.
Una noche mi padre tenía que dar una
conferencia, y mi madre, como todas las buenas mujeres del lugar lo acompañó.
Eso era malo, pues me convertía automáticamente en la niñera de mis dos
hermanos, que difícil posición.
La noche no comenzó bien, pues un fuerte
aguacero acompañado de tormentas eléctricas se desató sobre la ciudad y las
redes se cayeron, traducción; estaba sin internet, no televisión por cable,
cuidando a un par de mocosos insoportables.
Estaba aburrido, mi hermano no dejaba de
saltar con sus figuras de superhéroes de un lado a otro, mi hermana no dejaba
de reprocharme el hecho de no tener internet: como si fuera mi culpa. En fin no
tendiendo más que hacer, inicie un recorrido por la casa, algo encontraría para
matar el tiempo.
En el garaje encontré aquel cofre, estuve
frente a él y parecía que me llamaba, el candado en forma de grito me llamaba,
era una situación extraña tenía miedo pero a la vez quería abrirlo. Lo tome en
mis manos, no era muy grande era del tamaño de una enciclopedia, tampoco pesaba
demasiado, era como tener un kilo de arroz en la mano. Lo lleve hasta el
estudio, repase su forma y rugosidades con mis manos temblorosas y sudorosas.
Mi corazón comenzó a latir de una manera desenfrenada, sentía en mi cuello las
carótidas queriendo salir de mi cuerpo, la piel se me puso de gallina, y un
frío invernal se coló por algún lado y logró penetrarme hasta lo más profundo
de mi ser; y cuando mi mano rozó el candado una extraña sensación me invadió,
entre en una especie de sueño.
Una figura amorfa se desplazaba, entre
matorrales, parecía una serpiente que se arrastraba sobre el suelo, era blanca
casi que traslucida, se movía tan cautelosa que no parecía ser real. Al ver esa
cosa acercarse, me asusté mucho y corrí, al frente mío había una choza, entre
sin pedir permiso y corrí a buscar refugio, me escondí detrás de un armario; no
me percate que cerca de mi había una cuna, un bebe dormía ahí. Quise ir hasta
la cuna para coger al bebe y protegerlo de esa cosa, pero fue muy tarde. La
criatura entró por donde entre yo, ahora mire un rostro blanco parecía humano
pero no era así, tenía múltiples heridas en un rostro redondo, sus ojos eran
negros como si su pupila estuviera dilatada, tenía una nariz ganchuda y en su
boca se reflejaba una gran sonrisa, la vi posarse sobre la cuna mirando al
bebe, sonreía y unos filosos dientes brillaban con la luz de la luna, mucha
saliva caía sobre él bebe quien empezó a llorar, ese extraño personaje, seguía
mirando al bebe, como un león mira a una cebra listo para devorarla. Mire a los
lados de la cuna y unas manos largas, con uñas filosas, y cubiertas de sangre
se acercaban al bebe. Intente moverme y ayudar al bebe, pues tenía el
presentimiento de lo que iba a pasar, sin embargo me fue imposible, la cosa
devoro al bebe, luego me lanzó una miraba llena de maldad, podía sentir sus
ojos sobre mí, podía verlo saborearse, levantó un dedo esquelético apuntando a
donde yo me escondía, luego se lanzó a mí.
Desperté sobre el escritorio del estudio,
estaba sosteniendo el cofre, qué había sido todo lo anterior, ¿fue un sueño?,
pero lo sentí tan real. Era como si yo me hubiera trasladado de un lugar a
otro, yo mismo me vi en aquella selva. Deje el cofre ahí y me dirigí a la
cocina, necesitaba un poco de agua para digerir lo que había acabado de vivir.
Sudada profusamente, mi corazón a punto de estallar, trataba de dar una
explicación lógica a mi aterrada mente, pero era imposible. Comencé a ver ese
espantoso rostro blanco, a donde miraba, fui al baño para lavarme el rostro, no
sé por qué pensé que lavarme el rostro me aclararía lo que estaba sucediendo.
En el espejo mientras me miraba, mi rostro se volvió blanco y pude ver la aterradora
sonrisa de ese ente. Estaba somatizando las cosas, solo era un sueño, lo que vi
en el sueño me estaba enloqueciendo. Me encerré en el baño por 10 minutos
aproximadamente, necesitaba calmarme. Logre tranquilizarme, con algo de valor
que pude reunir, salí del baño y me dirigí al estudio nuevamente, iba a
regresar el cofre hasta donde lo saque. No obstante fue imposible, alguien se
había llevado el cofre.
CONTINUARÁ...