EL ANILLO DEL DIABLO (parte 1).
Aun recuerdo aquel 30 de
septiembre, transcurría el año 1999 y el miedo que crecía en la gente acercándose
el nuevo milenio era abrumador, no encontrabas otra cosa diferente a ese tema.
Sin embargo aquel día fue muy triste para mí. La historia comienza aquel 30 de
septiembre, eran las ocho de la mañana, era jueves y el sol radiante, nos daba lo mejor de su resplandor. Mi
padre era taxista y únicamente laboraba en las tardes, por eso estaba en casa,
mi madre era ama de casa; mi hermano mayor Juan, era… bueno era un desempleado
más. Yo estaba recién graduado de abogado y la verdad aun no encontraba trabajo,
aquel día precisamente tenía una entrevista de trabajo.
Mi familia era agradable, no
había nada más importante que platicar en el comedor mientras disfrutábamos los
sándwich de atún y los huevos revueltos que hacía mi madre. Aunque ese día todo
era diferente. El timbre sonó dos veces, yo me estaba bañando, el resto de mi
familia estaba desayunando. Mientras me afeitaba, un ruido atronador me erizo
la piel, parecía pólvora, pero era muy temprano para las fiestas patronales;
después una ráfaga de tiros recorrió el lugar, lo que hizo que cada parte de la
casa retumbe. Yo quede petrificado en frente del espejo, con la máquina de
afeitar suspendida en mi mano izquierda, de mi mejilla brotaba sangre, me corte
al ser sorprendido por la ráfaga. No obstante por fin reaccione al escuchar el
grito suplicante de mi madre, ¿qué paso en mi casa? ¿Qué fue todo ese ruido?
Tome una toalla y me cubrí, baje
a toda prisa, y el cuadro de terror salido de película que me encontré me
estremeció el alma, mi madre estaba en el piso, cubierta de sangre. Al lado de
ella divise unas botas de cuero de serpiente, subí mi mirada pasando por unos
pantalones vaqueros color negro, una camisa por fuera del pantalón y al final
un hombre de rizos dorados me miraba con sus ojos cafés claros, apuntándome con
una pistola. Recuerdo que escuche un nuevo sonido de pólvora explotando seguido
de una luz roja y al final todo se desvaneció.
Una mancha borrosa se dibujó ante
mí, una mancha que de a poco adoptaba una forma irreconocible, era un lugar en
que nunca había estado. Una voz masculina de un hombre delgado y de uniforme
azul en su intento de sacarme de mi estupor, me saludo estrepitosamente, no
sabía quién era – hola -, dijo, con la lengua entumecida y la garganta
adolorida, trate de decir algo, una máscara cubría mi zona bucal y nasal, la
cual me impedía respirar normalmente, aunque el sujeto insistió que no me la
retire, que gracias a ella yo podía respirar, pero para mí era todo lo
contrario. Además mi cuerpo era tan pesado que mover un solo dedo, me dolía
como un cálculo renal. Pude armar una frase que el hombre no entendió y
prosiguió a tranquilizarme, me decía que trate de hablar poco, que mi garganta
estaba lastimada porque un tubo atravesó mi boca para ayudarme a respirar, me
explicó con las palabras más comunes que pudo, que estaba en una clínica, que
estaba en cuidado crítico, que iban a monitorizarme todo el día y que si seguía
mejorando pronto saldría.
Cuando por fin pude regresar de
ese entumecimiento, recordé todo, cerré los ojos y recordé a mi mamá tirada en
el piso y su verdugo usando botas de cuero de serpiente. Quise salir corriendo,
quería saber qué pasó y un par de enfermeros de uniforme azul corrieron a sujetarme,
yo peleaba tratando de librarme de su opresión, necesitaba respuestas, exigía
respuestas y nadie me las daba, yo solo quería saber ¿qué rayos paso?
De repente una voz reconocida me
dijo que este tranquilo, pero no era la de mi padre, ni tampoco la de mi
hermano y definitivamente tampoco era la de mi madre. Era la del tío Hugo, un
parásito que se alimentaba de la caridad que le daba mi padre, pero que era muy
querido por todos nosotros. El tío Hugo me relato lo que
había sucedido siete días atrás, el 30 de septiembre. Alguien había timbrado en mi casa,
según dice la policía, era conocido por que no hubo rastro de forcejeo ni en mi
padre, ni hermano. Al parecer al entrar mi padre le dio la espalda y ahí fue
cuando ese sujeto le disparó; mi hermano al ver eso se abalanzo al pistolero y
este le disparo, finalmente fue tras mi madre, ella quiso escapar pero la
alcanzó y disparó a quema ropa en seis oportunidades, luego me disparo. Después
de un silencio prolongado algunas lágrimas salieron de sus ojos y dijo que a todos
les dio un tiro de gracia, a todos menos a mí, un vecino oyó los disparos y
alerto a las autoridades, las sirenas lo asustaron y por eso sobreviví, a pesar
que el disparo escapo de mi corazón por dos centímetros.
Dos días más en la clínica y salí
de allí. Mi tío se había instalado en la casa, era mi tío favorito, por eso agradecía
su compañía. La tristeza que se puede sentir en esos momentos es tan
abrumadora que un poco de compañía te
distrae, aunque esta compañía contaba historias absurdas, de como regalo el
billete ganador de la lotería, que su ex esposa era una bruja y lo mantenía
embrujado, entre otras. Cuando me dejaba
solo yo escapaba, la calle me daba refugio, los bares compañía. Me aislé del
mundo, nada importaba, el alcohol era mi mejor amigo, y día a día me llenaba de
ira y sed de venganza, sentimientos que crecían más y más, como la marea al
acercarse la noche.
Mi tío se había tenido que
ausentar algunos días, y yo quede en manos de la peor compañía, la soledad. A
cada instante salía corriendo de mi casa rumbo al bar más cercano, ahí permanecía hasta
las tres de la mañana, hora en que cerraba el local y regresaba a mi casa. Un día
mientras bebía de la botella de mi tequila un hombre se acercó a mí; era
delgado de rostro puntiagudo, adornado con una chiva y un bigote, su cabello
peinado hacia atrás endurecido por el efecto de la gomina. Me invito una copa y
la verdad mi bebida ya se acababa, así que sin pensármelo mucho acepte.
-
Sé lo que quieres - me dijo. Al principio no
entendía nada pero el aclaro mis dudas con su siguiente frase.
-
Quieres venganza… - sonrió, luego dijo -. Yo te
la puedo dar.
-
¿Cómo? – pregunte enfurecido, era obvio, me
había convertido en el hazme reír, seguramente mi historia ya era famosa en
toda la ciudad.
-
Encontrando a los que planearon esto, luego
asesinarlos.
-
Solo fue uno, yo lo vi.
-
No, te equivocas, el solo ejecutó el plan,
alguien más lo maquino.
-
¿Qué dice? – las palabras del hombre se
escuchaban con tanta convicción que empezaron a anidar en lo más profundo de mi
mente - ¿Cómo sabe eso?
-
Simplemente lo sé, mira te lo demostrare, usa
esto – colocó un anillo en la mesa -. Tómalo es tuyo.
-
¿Para qué sirve ese estúpido anillo? – era
dorado, totalmente lizo, y estaba decorado con unas pequeñas gemas alrededor,
unas eran lilas y otras blancas.
-
Úsalo y contestaras muchas preguntas, de lo
contrario buscare otra persona que se deje ayudar – tomó nuevamente el anillo,
lo guardó en su bolsillo, sin embargo yo estaba muy intrigado en ese anillo,
quise decirle que lo iba a probar pero aquel sujeto se adelantó -. Mira te lo
dejare pruébalo y en dos días nos encontramos acá te parece, en esta misma
mesa, a esta misma hora – puso el anillo en mi bolsillo, y un vaho de humo de cigarrillo inundó mi mirada, poco a poco me fui perdiendo en esa colina de
humo.
El sonido de mi celular me
despertó, era la empresa de energía llamando a recordarme la fecha de pago de
mi siguiente factura. La noche anterior era tan borrosa, que todo parecía un
sueño, además que no tenía recuerdo de como llegue a casa, entonces la
explicación más exitosa que elabore, era que todo fue un sueño estúpido y
absurdo, aunque pensar en tener un poder para vengarme era una idea tan
alucinante que deseaba que el sueño hubiera sido real.
Toda la mañana y parte de la
tarde estuve acostado, pasando la resaca y viendo películas las cuales ya me
sabía de memoria, pero lo que en realidad me mantenía lejos era la charla con
ese hombre de cara puntiaguda. Luego me bañe, mi siguiente acción seria ir a
embriagarme una noche más en aquel bar, el bar
“El Olvido”, la verdad es un gran nombre para un bar, allí olvidaba mi
dolor, embriagado hasta los calzones. Me puse la misma ropa del día anterior,
mi ánimo no me daba para buscar ropa limpia que ponerme. Esculque mis bolsillos
para cerciorarme que cada día estaba más ilíquido. Pero encontré aquel anillo,
tal como lo recordaba, es gracioso como sueles pensar que algo que te sucede
parece sueño, y hay veces que algo que parece real es sueño. En mis manos estaba aquel anillo, ahora más
cuerdo vi doce gemas, ocho de color lila y cuatro blancas, además no había
nada, parecía ser de oro y era suave como tocar terciopelo; lo examine de cabo
a rabo, tratando de entender como un anillo me podría hacer encontrar la
venganza que mi corazón deseaba.
Nada se perdía intentando, era la
frase favorita de mi madre, me puse el anillo en mi dedo índice derecho, no
sucedió nada extraordinario; termine de vestirme y salí de casa. Mi camino al
bar “El olvido” fue extraño, la vida iba en cámara lenta, podía ver todo,
sentir todo, anticiparme a un ciclista que perdió el control de su bicicleta
para estrellarse contra un muro, porque yo pude esquivarlo. Sin embargo no era
lo más extraño, escuchaba voces, miles de voces, no podía distinguir lo que
decían ya que eran demasiadas y unas quedaban sobre otras, la calle me
enloqueció y no tuve más opción que regresar a mi casa, ahí el silencio reino
nuevamente. Ese fue el primer día que use el anillo.
Al otro día la verdad se abría
paso ante mis ojos, cuando me disponía salir de mi casa una extraña sensación
en la puerta que permitía mi paso a la calle me detuvo. Luego vino una imagen, mi padre, miraba a
través del ojo mágico de la puerta, luego abrió, reconocí al hombre por sus
botas de cuero de serpiente, era el asesino, mientras hablaba con mi padre pude
ahora si observarlo bien, rizos rubios, alrededor de un rostro redondo y blanco
decorado en su lado derecho con un feo corte amorfo, que iba desde su parpado
inferior hasta su mejilla, media cerca
de 1, 80 cm. No pude entender que habló con mi padre, pero cuando este le
invito a seguir y le dio la espalda, el hombre sacó una pistola y sin que mi
padre lo advirtiera aquel sujeto disparó. Todo sucedió ante mí, como una
repetición, mi padre cayó de rodillas y después su cara toco el piso
embaldosado. Acto seguido el hombre cerró la puerta, mantenía su pistola en la
mano derecha, mi hermano alertado por el disparo corría hacía él, el verdugo lo
esperaba y propino otro disparo en su cabeza. Mi madre venía detrás y al ver
aquella escena intento correr, pero en su intento tropezó con la pata de la
mesa donde descansaba su teléfono. El hombre se acercó a ella lentamente,
disfrutaba ver el miedo en los ojos de mi madre y cuando estuvo tan cerca de
ella, le disparó sin piedad, descargó la recamara de su pistola. En ese instante
yo bajaba las gradas, cubierto con una toalla y quedándome paralizado frente al
asesino y el cadáver de mi madre, el me miro y con la misma frialdad me
disparó, en ese instante sentí una punzada en el pecho; yo me desplome y miraba
mi cuerpo sacudirse en el piso. El hombre regreso al cuerpo de mi padre y
propino un tiro en su cabeza, luego hizo lo mismo con mi hermano y mi madre;
pude ver como con la mayor frialdad posible se acercó a mí, colocó la pistola
en mi cabeza, y apretó el gatillo, pero nada ocurrió, la pistola se trabó, el no
pudo disparar, cuando lo iba a intentar nuevamente las sirenas de la policía se
escucharon afuera, él salió corriendo.
CONTINUARÁ...
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