miércoles, 1 de octubre de 2014

TE CUENTO CUENTOS.

EL ANILLO DEL DIABLO (parte 1).



Aun recuerdo aquel 30 de septiembre, transcurría el año 1999 y el miedo que crecía en la gente acercándose el nuevo milenio era abrumador, no encontrabas otra cosa diferente a ese tema. Sin embargo aquel día fue muy triste para mí. La historia comienza aquel 30 de septiembre, eran las ocho de la mañana, era jueves y el sol radiante, nos daba lo mejor de su resplandor. Mi padre era taxista y únicamente laboraba en las tardes, por eso estaba en casa, mi madre era ama de casa; mi hermano mayor Juan, era… bueno era un desempleado más. Yo estaba recién graduado de abogado y la verdad aun no encontraba trabajo, aquel día precisamente tenía una entrevista de trabajo.
Mi familia era agradable, no había nada más importante que platicar en el comedor mientras disfrutábamos los sándwich de atún y los huevos revueltos que hacía mi madre. Aunque ese día todo era diferente. El timbre sonó dos veces, yo me estaba bañando, el resto de mi familia estaba desayunando. Mientras me afeitaba, un ruido atronador me erizo la piel, parecía pólvora, pero era muy temprano para las fiestas patronales; después una ráfaga de tiros recorrió el lugar, lo que hizo que cada parte de la casa retumbe. Yo quede petrificado en frente del espejo, con la máquina de afeitar suspendida en mi mano izquierda, de mi mejilla brotaba sangre, me corte al ser sorprendido por la ráfaga. No obstante por fin reaccione al escuchar el grito suplicante de mi madre, ¿qué paso en mi casa? ¿Qué fue todo ese ruido?
Tome una toalla y me cubrí, baje a toda prisa, y el cuadro de terror salido de película que me encontré me estremeció el alma, mi madre estaba en el piso, cubierta de sangre. Al lado de ella divise unas botas de cuero de serpiente, subí mi mirada pasando por unos pantalones vaqueros color negro, una camisa por fuera del pantalón y al final un hombre de rizos dorados me miraba con sus ojos cafés claros, apuntándome con una pistola. Recuerdo que escuche un nuevo sonido de pólvora explotando seguido de una luz roja y al final todo se desvaneció.     

Una mancha borrosa se dibujó ante mí, una mancha que de a poco adoptaba una forma irreconocible, era un lugar en que nunca había estado. Una voz masculina de un hombre delgado y de uniforme azul en su intento de sacarme de mi estupor, me saludo estrepitosamente, no sabía quién era – hola -, dijo, con la lengua entumecida y la garganta adolorida, trate de decir algo, una máscara cubría mi zona bucal y nasal, la cual me impedía respirar normalmente, aunque el sujeto insistió que no me la retire, que gracias a ella yo podía respirar, pero para mí era todo lo contrario. Además mi cuerpo era tan pesado que mover un solo dedo, me dolía como un cálculo renal. Pude armar una frase que el hombre no entendió y prosiguió a tranquilizarme, me decía que trate de hablar poco, que mi garganta estaba lastimada porque un tubo atravesó mi boca para ayudarme a respirar, me explicó con las palabras más comunes que pudo, que estaba en una clínica, que estaba en cuidado crítico, que iban a monitorizarme todo el día y que si seguía mejorando pronto saldría.
Cuando por fin pude regresar de ese entumecimiento, recordé todo, cerré los ojos y recordé a mi mamá tirada en el piso y su verdugo usando botas de cuero de serpiente. Quise salir corriendo, quería saber qué pasó y un par de enfermeros de uniforme azul corrieron a sujetarme, yo peleaba tratando de librarme de su opresión, necesitaba respuestas, exigía respuestas y nadie me las daba, yo solo quería saber ¿qué rayos paso?
De repente una voz reconocida me dijo que este tranquilo, pero no era la de mi padre, ni tampoco la de mi hermano y definitivamente tampoco era la de mi madre. Era la del tío Hugo, un parásito que se alimentaba de la caridad que le daba mi padre, pero que era muy querido por todos nosotros. El tío Hugo me relato lo que había sucedido siete días atrás, el 30 de septiembre. Alguien había timbrado en mi casa, según dice la policía, era conocido por que no hubo rastro de forcejeo ni en mi padre, ni hermano. Al parecer al entrar mi padre le dio la espalda y ahí fue cuando ese sujeto le disparó; mi hermano al ver eso se abalanzo al pistolero y este le disparo, finalmente fue tras mi madre, ella quiso escapar pero la alcanzó y disparó a quema ropa en seis oportunidades, luego me disparo. Después de un silencio prolongado algunas lágrimas salieron de sus ojos y dijo que a todos les dio un tiro de gracia, a todos menos a mí, un vecino oyó los disparos y alerto a las autoridades, las sirenas lo asustaron y por eso sobreviví, a pesar que el disparo escapo de mi corazón por dos centímetros.
Dos días más en la clínica y salí de allí. Mi tío se había instalado en la casa, era mi tío favorito, por eso agradecía su compañía. La tristeza que se puede sentir en esos momentos es tan abrumadora  que un poco de compañía te distrae, aunque esta compañía contaba historias absurdas, de como regalo el billete ganador de la lotería, que su ex esposa era una bruja y lo mantenía embrujado, entre otras. Cuando me dejaba solo yo escapaba, la calle me daba refugio, los bares compañía. Me aislé del mundo, nada importaba, el alcohol era mi mejor amigo, y día a día me llenaba de ira y sed de venganza, sentimientos que crecían más y más, como la marea al acercarse la noche.
Mi tío se había tenido que ausentar algunos días, y yo quede en manos de la peor compañía, la soledad. A cada instante salía corriendo de mi casa rumbo al bar más cercano, ahí permanecía hasta las tres de la mañana, hora en que cerraba el local y regresaba a mi casa. Un día mientras bebía de la botella de mi tequila un hombre se acercó a mí; era delgado de rostro puntiagudo, adornado con una chiva y un bigote, su cabello peinado hacia atrás endurecido por el efecto de la gomina. Me invito una copa y la verdad mi bebida ya se acababa, así que sin pensármelo mucho acepte. 
-        Sé lo que quieres - me dijo. Al principio no entendía nada pero el aclaro mis dudas con su siguiente frase.
-        Quieres venganza… - sonrió, luego dijo -. Yo te la puedo dar.
-        ¿Cómo? – pregunte enfurecido, era obvio, me había convertido en el hazme reír, seguramente mi historia ya era famosa en toda la ciudad.
-        Encontrando a los que planearon esto, luego asesinarlos.
-        Solo fue uno, yo lo vi.
-        No, te equivocas, el solo ejecutó el plan, alguien más lo maquino.
-        ¿Qué dice? – las palabras del hombre se escuchaban con tanta convicción que empezaron a anidar en lo más profundo de mi mente - ¿Cómo sabe eso?
-        Simplemente lo sé, mira te lo demostrare, usa esto – colocó un anillo en la mesa -. Tómalo es tuyo.
-        ¿Para qué sirve ese estúpido anillo? – era dorado, totalmente lizo, y estaba decorado con unas pequeñas gemas alrededor, unas eran lilas y otras blancas.
-        Úsalo y contestaras muchas preguntas, de lo contrario buscare otra persona que se deje ayudar – tomó nuevamente el anillo, lo guardó en su bolsillo, sin embargo yo estaba muy intrigado en ese anillo, quise decirle que lo iba a probar pero aquel sujeto se adelantó -. Mira te lo dejare pruébalo y en dos días nos encontramos acá te parece, en esta misma mesa, a esta misma hora – puso el anillo en mi bolsillo, y un vaho de humo de cigarrillo inundó mi mirada, poco a poco me fui perdiendo en esa colina de humo.

El sonido de mi celular me despertó, era la empresa de energía llamando a recordarme la fecha de pago de mi siguiente factura. La noche anterior era tan borrosa, que todo parecía un sueño, además que no tenía recuerdo de como llegue a casa, entonces la explicación más exitosa que elabore, era que todo fue un sueño estúpido y absurdo, aunque pensar en tener un poder para vengarme era una idea tan alucinante que deseaba que el sueño hubiera sido real.
Toda la mañana y parte de la tarde estuve acostado, pasando la resaca y viendo películas las cuales ya me sabía de memoria, pero lo que en realidad me mantenía lejos era la charla con ese hombre de cara puntiaguda. Luego me bañe, mi siguiente acción seria ir a embriagarme una noche más en aquel bar, el bar  “El Olvido”, la verdad es un gran nombre para un bar, allí olvidaba mi dolor, embriagado hasta los calzones. Me puse la misma ropa del día anterior, mi ánimo no me daba para buscar ropa limpia que ponerme. Esculque mis bolsillos para cerciorarme que cada día estaba más ilíquido. Pero encontré aquel anillo, tal como lo recordaba, es gracioso como sueles pensar que algo que te sucede parece sueño, y hay veces que algo que parece real es sueño.  En mis manos estaba aquel anillo, ahora más cuerdo vi doce gemas, ocho de color lila y cuatro blancas, además no había nada, parecía ser de oro y era suave como tocar terciopelo; lo examine de cabo a rabo, tratando de entender como un anillo me podría hacer encontrar la venganza que mi corazón deseaba.
Nada se perdía intentando, era la frase favorita de mi madre, me puse el anillo en mi dedo índice derecho, no sucedió nada extraordinario; termine de vestirme y salí de casa. Mi camino al bar “El olvido” fue extraño, la vida iba en cámara lenta, podía ver todo, sentir todo, anticiparme a un ciclista que perdió el control de su bicicleta para estrellarse contra un muro, porque yo pude esquivarlo. Sin embargo no era lo más extraño, escuchaba voces, miles de voces, no podía distinguir lo que decían ya que eran demasiadas y unas quedaban sobre otras, la calle me enloqueció y no tuve más opción que regresar a mi casa, ahí el silencio reino nuevamente. Ese fue el primer día que use el anillo.
Al otro día la verdad se abría paso ante mis ojos, cuando me disponía salir de mi casa una extraña sensación en la puerta que permitía mi paso a la calle me detuvo.  Luego vino una imagen, mi padre, miraba a través del ojo mágico de la puerta, luego abrió, reconocí al hombre por sus botas de cuero de serpiente, era el asesino, mientras hablaba con mi padre pude ahora si observarlo bien, rizos rubios, alrededor de un rostro redondo y blanco decorado en su lado derecho con un feo corte amorfo, que iba desde su parpado inferior hasta su mejilla,  media cerca de 1, 80 cm. No pude entender que habló con mi padre, pero cuando este le invito a seguir y le dio la espalda, el hombre sacó una pistola y sin que mi padre lo advirtiera aquel sujeto disparó. Todo sucedió ante mí, como una repetición, mi padre cayó de rodillas y después su cara toco el piso embaldosado. Acto seguido el hombre cerró la puerta, mantenía su pistola en la mano derecha, mi hermano alertado por el disparo corría hacía él, el verdugo lo esperaba y propino otro disparo en su cabeza. Mi madre venía detrás y al ver aquella escena intento correr, pero en su intento tropezó con la pata de la mesa donde descansaba su teléfono. El hombre se acercó a ella lentamente, disfrutaba ver el miedo en los ojos de mi madre y cuando estuvo tan cerca de ella, le disparó sin piedad, descargó la recamara de su pistola. En ese instante yo bajaba las gradas, cubierto con una toalla y quedándome paralizado frente al asesino y el cadáver de mi madre, el me miro y con la misma frialdad me disparó, en ese instante sentí una punzada en el pecho; yo me desplome y miraba mi cuerpo sacudirse en el piso. El hombre regreso al cuerpo de mi padre y propino un tiro en su cabeza, luego hizo lo mismo con mi hermano y mi madre; pude ver como con la mayor frialdad posible se acercó a mí, colocó la pistola en mi cabeza, y apretó el gatillo, pero nada ocurrió, la pistola se trabó, el no pudo disparar, cuando lo iba a intentar nuevamente las sirenas de la policía se escucharon afuera, él salió corriendo. 
     CONTINUARÁ...

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