jueves, 18 de julio de 2013

CLARK EL HOMBRE LOBO.

EL MAPA.


Se había acordado partir a la mañana siguiente. Federico daba un paseo nocturno por el castillo, aún tenía la esperanza de encontrar el tesoro que buscaban los domadores de lobos (como él prefería llamarlos). Qué buscaban era la pregunta del millón. Recorrió cada rincón de la mansión, mientras Ana y Clark dormían. Ya casi amanecía y se topó con la tumba de Bernard Ager. Parecía tener algo importante, habría que descubrirlo. 
   Un instinto morboso, le hizo acercarse a la tumba. Entonces algunas palabras se acercaron a su mente, logrando  anidar en lo más profundo, Bernard nunca reveló dónde se encontraba el tesoro traído de Rumanía, ni siquiera a su familia. Cuando haces eso, es fácil pensar que se llevó su secreto a la tumba. Inmediatamente se dirigió al castillo, con toda la cautela del caso para no ser escuchado, tomó una pala y regreso a la tumba. Comenzó a cavar, con la luz que brindaba la luna y un candelabro, el silencio de la noche era aterrador, pero era aún peor escuchar el ulular de búhos y el cantar de grillos.
   Finalmente después de un largo rato cavando, cubierto de tierra y sudando, se encontró con los restos de Bernard. Un esqueleto, con cabello en su cráneo, vestido de traje que se miraba negro, mientras Federico lo miraba, sentía que había sido muy mala idea, profano una tumba y no encontraba algo útil. Era extraño cavar tres metros, siendo de madrugada. Tenía que encontrar algo, su corazón se lo decía. Con mucho asco movió los huesos, estos se desarmaron y una capa de polvo lo envolvió. Qué diablos estaba pensando, profano una tumba, por nada.
   Derrotado y sucio, decidió volver a cubrir de tierra el cadáver. Pero antes que eso suceda, observó un pequeño bulto que sobresalía del saco del difunto. Era un bolsillo falso, oculto difícil de percibir. Y en su interior, bingo. Un pergamino enrollado, al abrirlo un mapa de Europa señalando Inglaterra, Francia y Portugal, con unas equis, seguramente los llevaría al tesoro, era la joya de la corona.  No era prudente dejar unos restos humanos a la vista de todo el mundo. Federico los tapo con tierra, tan rápido como pudo, luego corrió hacía el castillo.  
   Cuando el amanecer se aproximaba, Ana y Clark ya estaban listos para emprender su viaje, de repente las puertas del castillo se abrieron de par en par. Federico entraba cubierto de tierra, en su mano derecha tenía un pergamino enrollado, sudaba y jadeaba. Los hermanos lo miraban estupefactos. Él ingresó, se limpió el rostro y les ordenó  sentarse. Cerró con dureza las puertas y colocó una barrilla de acero, para impedir que alguien ingrese en el castillo, a la fuerza.
-   -     Encontré algo – dijo jadeante, se levantó fue a la cocina, sirvió un poco de agua y regreso.                                -   ¿Qué encontraste? – preguntaron los hermanos al unísono.
-    -      Un mapa, en el hay tres lugares marcados – Federico bebió agua copiosamente.
-      -      ¿Y para qué sirve ese mapa?
-       Entre los lugares marcados, están Inglaterra, Francia y Portugal – Federico desplegó el pergamino sobre la mesa -. Miren – los hermanos examinaron el mapa, una cruz se dibujaba sobre Francia, Inglaterra y Portugal y un camino marcado.
-     ¿Qué significa esto? – preguntó Clark, con cara de desconcierto.                                                                       -     Mira bien este mapa: en Portugal hay dibujado una copa, es como una especie de cáliz. Ahora fíjate bien en Inglaterra, hay una especie de garra y en Francia es como un corazón, ¿qué opinan ustedes?
-      Yo opino que no entiendo nada.
-      Clark, tu nunca entiendes.
-      Jaja que chistosa, hermanita.
-     No sé lo que significa, pero lo que había en Rumanía ya fue hallado y movido, porque no aparece en este mapa.
-      Qué bueno, era el viaje más largo.
-      ¿Cómo sabes qué este mapa, está relacionado con lo encontrado en Rumanía?
-       Es el único secreto que Bernard se llevó a la tumba.
-     ¿Desenterraste su tumba? – preguntó Ana con cara de repudio, Federico asintió apenado.
-     Eso sí es asqueroso.
-     Es una corazonada.
-     ¿Una corazonada? Que infantil.
-     Y propones que encontrando todo, curaremos a Clark.
-      Desconozco que sea una cura, pero sí sé que alguien anda buscando esto.
-   ¿Y quieres qué te acompañemos en tu viaje por Europa, para reunir esas cosas?
-        Creí que querías ayudarme de verdad.
-     Así es – Federico estaba contra las cuerdas, se miraba como un interesado que quería usar a los jóvenes, para encontrar tres objetos extraños, escondidos por Europa -. Si quiero ayudarte Clark, en realidad algo me dice, que esto es parte de la cura.
-        ¿Y debemos guiarnos por tus corazonadas? – Clark regreso a ver a su hermana, le extendió su mano y le dijo -, larguémonos de aquí.
-        Deberías limpiarte bien, en las tumbas hay muchos bichos.
-     Lo encontré en la tumba de Bernard – Federico levantó su voz -. No lo entienden, no le dijo a nadie su secreto, era obvio que se lo llevó a su última morada.
-        Eso no importa, vámonos Ana.
-        ¿Adónde irán? – Ana y Clark cruzaron miradas, era evidente que no sabían.
   Sin embargo, antes que piensen la respuesta, un ruido atravesó el lugar, las puertas se abrieron de par en par, seis hombres vestidos de negro y con capuchas entraron. Federico, Clark y Ana, se quedaron paralizados, no esperaban visitas tan temprano. Los hombres de negro les apuntaron con arcos y una voz retumbante les ordeno quedarse quietos. Federico realizó una seña con los ojos indicándole el mapa a Ana, para que lo tome. Después se lanzó contra Clark, Ana tomó el mapa y se tiró al piso. Federico tomó su arco y les disparó las flechas lo más rápido que pudo, inexplicablemente los hombres también se movieron velozmente. Al cabo de segundos los tres habían sido neutralizados.
-        Llévenlos al carruaje – ordenó el de voz retumbante -. Después revisen el castillo, ellos estuvieron aquí, estoy seguro que aquí podemos encontrar lo que buscamos.  
-      ¿Quiénes son ustedes? – preguntó Ana, era una pregunta imprudente y dirigida a un extraño.
-    A ti que te importa niña… que esperan para llevárselos, falta poco para el amanecer, contamos con poco tiempo, dense prisa.
   Los rehenes fueron arrastrados hasta tres carruajes unidos entre sí, tirados por seis caballos, negros y enormes. Los llevaron hasta el último, después los aseguraron con una gran cadena y candado. Ana muy asustada abrazo a su hermano, mientras Federico buscaba una manera de abrir el candado y escapar.
-      -         ¿Quiénes son ellos? – interrogó Ana.
-      -         No lo sé – contesto asustado Clark.
-      -         ¿Qué buscan?
-      -         Creo que ese mapa que encontraste Federico.
-      -         Yo también lo creo.
   Segundos después salieron los hombres, siempre cubiertos, con túnicas y capuchas negras. El que parecía ser el líder, se acercó a los rehenes, su capucha solo dejaba ver su mentón cubierto de barba roja y espesa.
-      -         ¿Dónde está? – dirigió la pregunta a los tres.
-     -       No lo sabemos – contestó Federico, quien era el único que controlaba sus nervios y la voz.
-   Miren, ya buscamos en todo el castillo y sus alrededores – dijo el encapuchado señalando con su mano todo el lugar -.  Llamó mi atención, que la tumba del infeliz antiguo dueño de este lugar,  estaba removida, alguien buscó algo en su ropa, olvido arreglarlo, y saben qué… creó que lo tiene uno de ustedes – dijo señalando con el índice a cada uno de los tres.
-      Pues te equivocas – sentenció Ana, aunque podía sentir el pergamino resbalando por su estómago, donde lo oculto.
-    Bien, de todos modos serán mis rehenes, Bill vámonos – dijo el que parecía ser jefe, todos obedecieron, puso una manta negra sobre los presos.

   Se subieron al carruaje, el coche comenzó a avanzar, Ana y Clark se abrazaron, la madrugada era fría y el miedo aterrizaba en ellos como un águila sobre su presa. En que lio se habían metido y quienes eran esos hombres encapuchados. El carruaje cada vez tomaba más velocidad, a ese paso estarían muy lejos de Escocia, en cuestión de minutos. Ana guardaba un mapa, un cáliz, una garra y un corazón, plasmados sobre un país diferente. No era una cura, pero si era algo muy valioso.    


CONTINUARÁ...

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