sábado, 17 de agosto de 2013

CLARK EL HOMBRE LOBO.

EL BOSQUE DE LAS ALMAS PERDIDAS.

Nuevamente el haz de luz que ingresaba por algún agujero se desvanecía lentamente. El gigante de respiración  sibilante entraba, encendía los candelabros y se iba. Rupert, Bogdan y Bastían ingresaron como sucedió la noche anterior. Bastían sonrió con su acostumbrada sonrisa maliciosa, los tres lucían mejor, sin ojeras y más rejuvenecidos.
-                     --       Espero hayan dormido bien – dijo Bastían.
-       No tan bien como ustedes – dijo Ana en tono cargado de sarcasmo, indicando las cadenas que la aprisionaban.   
-       La verdad yo no quiero cordialidades, les perece si vamos directo al grano – dijo Rupert, se veía malhumorado y sus ojos centellaban como si tuvieran fuego.
-       Ten paciencia mi querido Rupert, estoy seguro que ellos nos darán lo que queremos… ¿no es verdad? – Bastían clavó sus ojos ámbar en Ana, como si supiera que ella tenía el mapa.
-        Se los daremos, pero no lo tenemos aquí – Federico dio inicio al plan.
-       ¿A no, entonces dónde? – ahora Bastían ponía su atención en Federico.
-       Lo escondimos en el castillo.
-       Qué raro, recorrimos el lugar de cabo a rabo – protesto Rupert, incrédulo -. Te podría jurar, que no se quedó ningún espacio por examinar.
-       No estés tan seguro mi querido Rupert – dijo Bastían en tono cordial -. Los castillos son enigmáticos, te aseguro que nunca conocerás un castillo a la perfección, incluso esté tiene espacios que no han sido inspeccionados en siglos. Además creo en la palabra de estos tres jóvenes, si dicen que está en ese castillo, allá esta – la sonrisa de victoria de los tres se desvaneció tan rápido, como un trozo de hielo sometido al calor –. Es por eso, que la bella Ana se quedara en vuestra compañía.
-       Jamás, ella debe ir con nosotros – protestó Clark.
-       Oh mi querido Clark, me temo que si quieren libertad, deben atenerse a lo que mis hermanos y yo demandamos.
-       ¿Son hermanos? La verdad no les veo parecido.
-       Que no te engañen nuestros rasgos físicos, linda Ana.
-       Eso no es el tema, debemos ir los tres o no ir nadie.
-       Una vez más me veo en la penosa necesidad de imponer nuestra voluntad, y para efectos prácticos, lo toman o lo dejan. Desgraciadamente ya casi amanece, prepárense para el viaje, saldremos mañana al atardecer.
-       ¿Por qué no salir al amanecer? – preguntó Federico.
-       Porque el sol hace estragos en nuestra piel, eso naturalmente nos pone de mal genio, y te aseguro que no quieres vernos de mal genio. Ahora si no les molesta me iré a descansar, os aconsejo hacer lo mismo, para tener un viaje placentero, rumbo al castillo de Bernard Ager.
    El panorama se oscurecía, como una antítesis al radiante sol que se imponía en lo alto del castillo de los fríos. Habían elaborado un plan brillante, pero tenía muchas falencias, contras que no se tuvieron en cuenta, ahora era tarde, se arriesgaban a tener un viaje sin retorno y la bella Ana sería presa de tan abominables monstruos como los trolls.
-                     -        ¿Qué vamos hacer?
-                     -        ¿Cómo no pensamos en esto antes?
-       No tiene caso lamentarnos, tenemos poco tiempo para pensar un plan b.     
-       Si Federico, de acuerdo contigo, pero no se me ocurre nada, tengo mucha hambre.
-       Entonces Clark, come lo que te trajeron esas bestias.
-       Está bien, pensemos en un plan.
    Debates inútiles se llevaron a cabo, Clark se mantenía en no dejar a su hermana a merced de los fríos. Ana dispuesta a sacrificarse por una buena causa, Federico dispuesto a sacrificar todo por la vida de dos personas que apenas conocía, sin embargo, había aprendido a querer. Las horas se consumían, la escasa luz se marchaba. Cerca a la hora cero, los minutos se enlentecían, el aire se enrarecía y una capa de incertidumbre cargaba la atmósfera de miedo y tinieblas.
    Nuevamente el atardecer llegó, los fríos entraron, un sequito de hombres vestidos con capuchas los acompañaba. Desataron a Clark y a Federico dejando a Ana encadenada en el calabozo.
-                      -        Yo me quedare por ella – pidió Federico.
-       Debo rechazar su propuesta, honorable hombre. He dicho que ella se quede y así será.
-       No lo permitiré – Clark se revelo, forcejeo con los hombres que lo mantenían prisionero. Un movimiento imperceptible y rápido le permitió liberarse de la presión. Los encapuchados eran fuertes, pero Clark fue más fuerte y los lanzó lejos, estrellándolos contra los muros.
    Después quiso atacar a Bstían, sin embargo, Bogdan se interpuso y lo derribo fácilmente. Clark estando encadenado no fue oponente, para el rubio.
-       Déjame decirte que eres muy fuerte, derivaste a cuatro de nuestros hombres estando encadenado – dijo Bastían – además son muy fuertes, claro no eres enemigo para el buen Bogdan, pero serías un buen recluta en mi ejercito – después sonrió -. Y a propósito de tu solicitud, se dijo que Ana se queda y Ana se quedara.
-       Yo me encargo del muchacho – se pronunció Bogdan, lo tomó con fuerza de la cadena y lo arrastró rumbó al carruaje.
-       No te preocupes por Ana – dijo en tono burlón Rupert -, ella estará bien cuidada por Pes, Te y Mugre, nuestros fieles trolls.
-       Sabía que eran trolls.
-       Si mi querido Federico, y déjame decirte que son muy serviles… a propósito es una suerte que nosotros no comamos lo que preparan, sería una pena tener que despedirlos – Bastían junto sus manos, emitiendo un sonido de aplauso –. Ahora si no les importa el tiempo apremia, vámonos.
Nuevamente fueron embarcados en el carruaje que los llevo hasta ahí, esta vez no los cubrieron, iban acompañados de doce hombres, tres de los cuales eran sumamente malvados – quiero que conozcan parte de nuestro hogar -. Dio la orden Bastían. El camino únicamente era iluminado por las antorchas del carruaje. Pronto estaban en lo profundo del bosque de las almas perdidas, el aullar de lobos era estremecedor, el frío insoportable, añadiéndose a eso el miedo e incertidumbre dejando a Ana sola en ese feo calabozo del castillo. Enormes arboles rodeaban el bosque, ramas caían y combinando con la escasa luz, izaban imágenes fantasmagóricas, de monstruos con grandes garras, esperando a devorar a los desprevenidos que pasaban por ahí. El ulular del viento entre los árboles, era aún más aterrador, reproduciendo una música de ultratumba.
    Los caballos negros y enormes, sincronizados arrastraban el carruaje a gran velocidad, sus cascos chocaban en piedras, charcas, ramas y suelo firme, una perfecta sinfonía de terror.
-                 --           Si no conoces el bosque de seguro te perderás – argumentó Bastían, que había aparecido cerca de ellos, sin ni siquiera ser notado.  
-                    --         ¿Por qué estás tan seguro? – preguntó Clark.
-        Muchos han querido ir detrás de nuestra basta fortuna, sin embargo, no saben que aquí cosechó vidas, alimento para mis hombres – Clark y Federico se estremecieron al escuchar esas palabras, qué clase de monstruos son los fríos, acaso caníbales que se comen a la gente, la incertidumbre por Ana creció y el corazón de Clark comenzó a latir con más fuerza, sus manos sudaban y su respiración se hacía más rápida -. Aquí hay muchas trampas naturales, caminando en la selva, las ramas de árboles te tomaran por rehén, son tan gruesas y fuertes que ninguna espada  puede destrozarlas, fíjate bien donde pisas, porque aguas profundas pueden devorarte, remolinos que te arrastran sin poder impedirlo, lobos hambrientos y feroces, volcanes en constante actividad que te calcinarían en segundos – miró a los muchachos y sus ojos resplandecieron, era como si quería indicarles el bosque, tentarlos a penetrarlo y ser presas de su poder -. Incluso si logras sobrevivir a esos terrores, no podrás ingresar al castillo, como te pudiste dar cuenta mi buen Clark, somos fuertes, romperíamos tu cuello en un abrir y cerrar de ojos.
-        Hermano pronto amanecerá, debemos descansar – Rupert sin ser oído se acercó a ellos.
-        Vaya no me di cuenta, saben  donde descansar.
    El carruaje se detuvo, los ocho caballos fueron, amarrados a unos árboles, donde empezaron a  comer del pasto que crecía cerca. De los seis carruajes enganchados, se llevaron dos que estaban cubiertos de mantos negros, los metieron en una cueva. Después se llevaron los cuatro carruajes restantes a otra cueva.
    Federico y Clark quedaron solos en esa cueva, nadie los vigilaba. Era una opción única para escapar y regresar a rescatar a Ana, quien permanecía cautiva en el calabozo del castillo de los fríos. Había que intentar escapar, como dé lugar. Las cosas estaban pasando de castaño a oscuro. 

CONTINUARÁ...   
    

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