martes, 8 de octubre de 2013

CLARK EL HOMBRE LOBO

WILLIAM BLADE.



Clark despertó confundido, un mar de pensamientos borrosos cruzaban su cabeza, su ropa estaba desgarrada y sangre que no era suya cubría su cuerpo. Miró sus manos y quiso recordar lo sucedido, dónde había quedado Federico, si es que estaba vivo, o tal vez lo asesinó. Era como si se hubiera emborrachado la noche anterior y ahora estuviera con lagunas mentales, por más que cavilaba ningún pensamiento llegó a él. Por fin se calmo y se recostó en la cama -, ¿una cama?, ¿dónde estoy?, ¿Cómo llegue aquí? -. Su desasosiego regreso, se convirtió en un monstruo, ya no era el debilucho Clark, ahora era el monstruo Clark, ahora era Clark el hombre lobo.

-       Vaya despertaste, te traía tu desayuno – un hombre de risos dorados entró en la habitación donde estaba Clark.
-       ¿Quién es usted? – espetó Clark, quién era ese hombre que lo saludaba y sonreía.
-       Mi nombre es Anton Lei, el señor William quiere que desayune se duche y lo espera en el salón principal, aquí le traigo ropa nueva señor – el joven estaba desconcertado, preguntándose si ese joven no sentía miedo al hablarle a un hombre que tenía su cuerpo cubierto de sangre.
-       ¿Qué me paso? – seguramente si aquel personaje no sentía miedo, conocía que le sucedió a Clark.
-       El señor William le explicará todo… con su permiso – Anton hizo una reverencia y salió.

   Clark se fijó en lo lujoso del lugar en el que se encontraba, vigas con perfectos acabados, su cama acolchada y espaciosa, cortinas de seda y una vista envidiable, montañas y arboles cobijados por un sol amarillo y radiante. Calrk pensó estar en un sueño, tanta belleza no podía ser real, seguramente murió y se acercaba al cielo a expiar sus culpas.
   Contiguo a la habitación se encontraba el baño, una tina llena de agua caliente lo esperaba, inquieto se despojó de las pocas prendas intactas que tenía y se metió, sintió el calor resucitante  que subía por sus piernas, calentando su cuerpo y finalmente llegando a la cabeza. Al terminar de asearse se colocó las prendas que Anton le dejo: botas de cuero, pantalones ajustados, camisa de manga larga y chaleco. Salió de la habitación, la maravilla del lugar fue insuperable, pisos brillantes como espejos, donde la luz nunca era ausente, ventanales enormes que brindaban la mejor de las vistas a los ojos. Recorrió el pasillo, alcobas alrededor y cuadros de hombres de elegante porte, finalmente llegó a las escaleras que descendían en forma de caracol, hasta reposar en el salón de recepción, a la izquierda se ubicaba una puerta enorme donde estaban dibujados lobos, iluminados por una luna llena, redonda y plateada. Un momento de silencio y el estrépito de la puerta al ser abierta lo regreso en sí.
   Un hombre de cabello largo, negro y ondulado, ondeando con firmeza al son de sus pasos firmes y arrogantes, su rostro estaba cubierto por una barba que cubría su cuello, y penetrantes ojos negros, nariz ganchuda, su rostro era frío y blanco.

-       Hola amigo – sonrió, posteriormente hizo un ademán con la mano e invitó a Clark que lo siga, el joven temeroso lo siguió como si fuera víctima de un encantamiento.
Los dos ingresaron a otro salón circular, rodeado de sillas y muchos hombres de aspecto bravo y fierro, algunos eran jóvenes, pero la mayoría eran viejos, sin embargo, eran fuertes y parecían estar muy sanos. Bebían cerveza y reían a borbotones. Cuando Clark ingresó todos clavaron su mirada en él.
-       Mis hermanos – dijo el de cabello y barba negra, alzando la voz, todos dejaron de reír y de beber para ponerle atención, luego todos pusieron su mano echa puño en el hombro izquierdo, adoptaron posición de semiarrodillado, agachando la cabeza. Clark entendió que aquel hombre, era respetable y seguramente su rey o algo por el estilo.
-       Quisiera que todos le demos la calidad bienvenida a un nuevo hermano – señalo con su mano derecha a Clark, nadie dijo nada.
-       Yo no soy su hermano – dijo Clark.
-       Claro que sí, eres uno de nosotros, eres un hombre lobo – imposible, todos los hombres ahí reunidos era como Clark, hombres lobo.
-       ¿Cómo… cómo…? – Clark quedo petrificado, no podían existir tantas personas como él.
-       No hay por qué avergonzarte, soy William Blade  y aquí tienes a los hombres de una raza fuerte y luchadora a tu servicio.
-       Si son lobos ¿Por qué no les asusta que estemos en luna llena?
-       Porque aún quedan unas horas antes que anochezca, además tenemos el mejor lugar para evitar hacer daños.
-       Explícate.
-       De acuerdo sígueme – en el salón se encontraba una puerta subterránea, al abrirla, gradas estrechas conducían a un cuarto oscuro, muy diferente a los que se acostumbró a ver en aquel sitio. Habitaciones como en las que Phillip se escondía cada luna llena lo recibieron, cadenas gruesas y candados enormes flanqueados a lado y lado.
-       Mira aquí nos encerramos cada noche de luna llena, cadenas de plata nos restan la fuerza.
-       Y si es así, ¿quién encadena al último que quede sin cadenas?
-       Nuestros sirvientes.
-       ¿Sirvientes?
-       Demos un paseo – Clark caminó al lado de William, el hombre caminaba como si fuera militar  -. Yo era un hombre millonario y solitario que adoraba salir de noche, Un día tuve un desafortunado percance con un hombre lobo, el me mordió, así fue como me convertí en uno. Con el paso de los meses y años, note el daño que hacía, y me dedique a buscar formas para que unos como yo, no cometan mis mismos errores. Este castillo se levantó con el sudor de mis leales sirvientes  que decidieron seguir conmigo a pesar de saber quién era, y claro está mi sudor también. He dedicado mi vida a encontrar personas como yo, les he dado abrigo, comida y protección, con el paso del tiempo nos convertimos en una hermandad, y lo mejor del caso es que podemos hacer nuestras vidas de la manera más normal posible.
-       ¿Qué es normal?
-       Tener nuestras familias, casarnos, tener hijos.
-       ¿Quién se metería con nosotros?
-       Las mujeres no se convertirán jamás en lobos, si se las llegase a morder, simplemente morirían.
-       Qué alivio.
-       Ellas acá son sirvientes, esposas o hijas, pero siempre normales.

   Después de recorrer el calabozo y examinar sus habitaciones, William y Clark regresaron al salón principal al lado de los demás. Sin embargo, Clark seguía lleno de dudas, que sería de su vida de ahora en adelante.

-        ¿Cómo me encontraron?
-       En realidad Anton, uno de mis más fieles sirvientes te encontró, nos avisó y te trajimos hasta nuestro refugio.
-       ¿Cómo supieron que yo era lobo?
-       Preguntas mucho, niño mal agradecido – habló un hombre de aspecto senil pero muy fuerte, su rostro redondo, con grandes entradas y escasos cabellos blancos le daban un toque de hombre sabio.
-       Déjalo Agustín, está lleno de dudas, a la mayoría nos ha pasado.
-       Como digas – Agustín regreso a su puesto refunfuñando.
-       Veras Agustín tiene un privilegiado poder, el al tocar la cabeza de alguien sabe todo, de una persona… nos dijo que te había pasado y como escapaste de los malditos no muertos – con tanta preocupación a Clark se le había olvidado su hermana.
-       ¡Ana!, tengo que irme.
-       Cálmate, iras a un suicidio si no enfrías tu cabeza.
-       Estamos hablando…
-       Se de quien hablamos – lo interrumpió William -. Te propongo un trato.
-       No entiendo -. Clark estaba muy confundido.
-       Veras hace años que nosotros y esos malditos no muertos estamos en guerra. Ellos quisieron gobernarnos, de hecho usan lobos como mascotas, antes éramos nosotros sus mascotas. Un día el gran garra de plata, un poderoso licántropo los desterró, inclinó la balanza a nuestro favor, los hizo retroceder, estuvo a punto de vencerlos, fue cuando ellos unieron fuerzas con las brujas del norte e hicieron impenetrable su bosque, llevándose nuestras riquezas y nuestras mujeres. Nuestra raza ha intentado por años penetrar al bosque de las almas perdidas, logrando simplemente convertirnos en espectros de su bosque – William tomo aire, pidió agua y siguió su relato -. Los no muertos son infernales, tienen un deseo enfermizo por la sangre, el oro  y las mujeres bellas. Mi esposa me fue robada por ese maldito de Bastían, la hija del buen Agustín, incluso la gran Garra de Plata sucumbió al ser despojado de su bella hermana – la puerta se abrió, una hermosa mujer de ojos azules y cabello corto ingreso con un gran vaso de agua, se lo entregó a William y salió, diciendo solamente el saludo.
-       No puedo dejar a mi hermana.
-       Espera Clark, no has entendido, no había opción de penetrar sus fortalezas, no había hasta ahora. Tú recorriste el único sendero no maldito del bosque, los no muertos son los únicos que lo conocen.
-       Si lo recorrí, pero no lo recuerdo, además siempre viajábamos de noche.
-       Afortunadamente para nosotros…- William bebió agua copiosamente, hasta terminar toda -. Es una de las maravillas del poder de Agustín, puede ver todo lo que guarda tu mente, consciente o inconsciente, tu puedes no recordar el camino, pero tu cerebro lo guardó muy bien, además cuando te transformaste, seguiste los pasos correctos sin saberlo, de lo contrario habrías muerto.
-       Así querido joven – intervino un hombre de piel morena alto y musculoso -. Agustín vio un sendero y yo lo plasme en un mapa.
-       ¿Y qué esperamos, por qué no atacamos ya?
-       Aun no amigo Clark, tenemos que idear un plan de ataque.
-       Tardaríamos mucho.
-       No te preocupes, Bastían no matara a tu hermana todavía.
-       ¿Cómo estas tan seguro?
-       Tú asesinaste a Bodgan, los no muertos son vengativos. Bastían te vió asesinar a su hermano, te aseguró que su último deseo es que tu mires como mata a tu hermana, algo así como ojo por ojo.
-       Por eso debemos ir ahora mismo.
-       Que la rabia no te haga perder la razón, mira ya casi es luna llena, solo seriamos monstruos sin control, nunca lograríamos nuestro objetivo – William hablaba pausado pero firme, sus palabras retumbaban y Clark se quedaba sin argumentos para protestar, finalmente se dio por vencido y aceptó no ir al ataque.
-       Señor ya casi es luna llena – dijo un hombre de piel blanca y pecosa, lleno de abundante pelo rojo en la cara.
-       Lo olvidaba es hora de descansar.

Todos bajaron hacia el calabozo en el sótano del castillo, Clark se recostó en una cama fría y dura, luego fue atado, las cadenas eran pesadas y se sentía débil. El pálido brillo de la luna lo hipnotizaba, sentía furia crecer en su interior, su piel comenzó a arder, quiso arrancársela con las manos pero fue imposible. Lo último que vio fue unas personas que lo ataban, después todo fue borroso. Un aullido atravesó el lugar cortando el silencio de manera abrupta, luego todo volvió a ser paz y tranquilidad.                 

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