EL CORAZÓN DE PIEDRA
Colinas del Cielo, quizá, la creación mas bella que un día puso Dios
sobre la tierra. De calles empedradas, casas de colores vivos y alegres,
rodeadas por arboles verdes y frondosos; en cuyas copas, el sol caía como
lluvia dorada, iluminando cada rincón de la villa; bajando por sus imponentes tallos, extendiéndose a lo largo
del lugar, calentando el piso y el agua del rio que circulaba bordeando el
lugar.
El sitio irradiaba paz y esperanza a todos sus habitantes. Esa paz se
desplegaba como una brisa de aire, imperceptible a los ojos, pero capaz de invadir a cada
habitante de las colinas. Era un mágico conjuro que recorría los cuerpos de las almas que habitaban las hermosas Colinas del Cielo. Sin embargo, el mal
es como un virus, se propaga e infecta personas que, no tienen
defensas suficientes en sus almas para combatir este perjuicio, y se convierten
en espeluznantes siervos del mal.
Pero, como dirían por ahí el mundo necesita equilibrio, de lo contrario
qué sería la vida. Si existe el mal, para que ese equilibrio se de y se
mantenga deben existir precursores del equilibrio, personas que hagan el bien. Por eso en Colinas del Cielo,
existían seres que luchaban contra viento y marea, a favor de sostener la
armonía universal.
Entre esos precursores, hubo un hombre, fuerte y valeroso,
llamado Arjen. Quien tomó la responsabilidad de asegurar que el equilibrio
nunca se rompiera, en la pequeña villa donde vivía. Día tras día, desde que el
sol salía, con el alba; hasta que se ocultaba con el ocaso. Luchaba con feroces
rufianes que perturbaban la paz, incluso, derrotó a feroces dragones que se
comían las cosechas de los agricultores, erradicó la esclavitud, cada ser
humano fue libre, dio de comer al hambriento, y dio de beber al sediento; tal
era su fama que en toda la villa lo respetaban y amaban.
Su reputación, innegablemente permitió que un día fuera premiado con
la mas bella de las mujeres que caminaban en el mundo. Poseía ojos azules,
penetrantes y grandes que iluminaban cualquier alma, tenía una sonrisa
angelical, que brotaba como flor de sus hermosos labios, delgados y rojos; su
rostro, de piel cetrina y perfectamente delineado; cabello largo, ondulado y
rubio, como el sol. Todo esto en un complemento que era, un camino derecho al
cielo, para Arjen.
Un día, cuando el gran hombre de rasgos trigueños; cabello largo hasta
sus hombros; barba abundante y negra como su cabello; con brazos y piernas
musculosas, con la espada a su espalda y, una sonrisa que iluminaba sus ojos
verdes, regreso a su casa, después de ver que todo en las Colinas era plácido y la paz
merodeaba por todos sus callejones; ninguna discusión, ningún robo; todo era
apacible.
No obstante, la tranquilidad que rodeaba su rostro terminó al entrar en su casa
y ver a su amada en brazos de otro hombre. Dándose un beso eterno y placentero.
Su rostro enrojeció como fuego, apretó con fuerza sus puños y grito desesperado, gruñendo como dragón herido sin poder modular palabra. Estaba totalmente
inmóvil, sintiendo recorrer en su cuerpo una furia que nunca había sentido
antes, sentía la sangre hirviendo. Cuando los dos amantes reaccionaron también
se quedaron petrificados ante el iracundo Arjen, que solo pudo desenvainar su
espada, lanzándose hacia la mujer y el hombre que habían herido su corazón. Sin embargo, no fue capaz de atravesar con el filo de su espada a esa mujer, que
amaba tanto. Miró al hombre por el cual lo habían cambiado; un hombre negro,
fornido, pero mucho más pequeño que Arjen… Después observó a su mujer con lágrimas
en su rostro, interrogando con la mirada ¿por qué lo hizo?
Arjen salió corriendo como loco, sin poder contener su furia, ni donde
desahogarse, respirando de manera agitada. Corrió sin rumbo, desesperado y
adolorido, hasta que llegó a una cueva profunda y oscura, donde solía ir a
llorar cuando era niño. Allí, sin poder contener su dolor y sin saber como
pararlo, tomó su espada con ambas manos y abrió su pecho, gritando de dolor, pero con la
certeza de no sentir más esa sensación en su pecho. Dejo la espada ensangrentada
en el suelo, introdujo su mano derecha en el hueco que había hecho en su tórax
y arrancó su corazón, con toda la ira que lo invadía. Arjen salió de ahí
sintiendo que el dolor de haber sido traicionado por la mujer que amaba,
desaparecía poco a poco, como la llama que consume una vela. Herido llegó a la
villa donde fue socorrido por los aldeanos, quienes sanaron su herida.
A pesar de ser sanado y salvado, Arjen nunca volvió a ser el mismo. Su espíritu
se perdió, parecía maquina que cumplía su labor como robot. No sentía bondad,
amor o dolor alguno; la bella mujer que lo había traicionado intento
recuperarlo. Sin embargo, Arjen ya no existía, ahora solo era un guerrero sin
corazón.
Con el paso del tiempo el corazón olvidado en esa cueva se lleno de
tierra y frío. Se convirtió en piedra, duro como el metal. Arjen murió sin
lamentos en su corazón, pero su corazón hizo perdurar esos lamentos en el
tiempo. Nadie fue capaz de penetrar en la cueva, porque los lamentos y gritos
que de ahí provenían helaban la piel de cualquiera; la llamaron la cueva
maldita. Pero en realidad no era maldita. Sólo guardaba un corazón lleno de
amor y bondad que fue lastimado y nunca pudo ser sanado. La inclemencia del
tiempo que no perdona, hizo que se convirtiera en roca: duro y frío e incapaz
de dar amor o bondad, de lo que en algún tiempo estuvo repleto como cualquier
otro corazón.
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